Podemos socorrer perjudicialmente a los pobres si les enseñamos a depender de los demás, pues la limosna fomenta el egoísmo y la incapacidad, y suele llevar a la pereza, a la prodigalidad y a la intemperancia. Nadie que pueda ganarse el sustento tiene derecho a depender de los demás. El refrán: “El mundo me debe el sustento,” encierra la esencia de la falsedad, del fraude y del robo. El mundo no debe el sustento a nadie que pueda trabajar y ganárselo por sí mismo. {MC 147.2} La verdadera caridad ayuda a los hombres a ayudarse a sí mismos. Si llega alguien a nuestra puerta y nos pide de comer, no debemos despedirlo hambriento; su pobreza puede ser resultado del infortunio. Pero la verdadera beneficencia es algo más que mera limosna. Entraña también verdadero interés por el bienestar de los demás. Debemos tratar de comprender las necesidades de los pobres y angustiados, y darles la asistencia que mejor los beneficiará. Prestar atención, tiempo y esfuerzos personales cuesta mucho más que dar dinero, pero es verdadera caridad. {MC 147.3} Aquellos a quienes se enseñe a ganar lo que reciben aprenderán también a sacar mayor provecho de ello. Y al aprender a depender de sí mismos, adquirirán algo que les permitirá sostenerse y los capacitará para ayudar a otros. Enséñese la importancia de las obligaciones de la vida a los que malgastan sus oportunidades. Enséñeseles que la religión de la Biblia no forma holgazanes. Cristo exhortaba siempre a la diligencia. “¿Por qué estáis aquí todo el día ociosos?” decía a los indolentes. “Conviéneme obrar ... entre tanto que el día dura: la noche viene, cuando nadie puede obrar.” Mateo 20:6; Juan 9:4. {MC 147.4} |